lunes, 19 de septiembre de 2011

11 DE SEPTIEMBRE



11 DE SEPTIEMBRE.

Del oro, hierro y cristal
Inmensurables colosos,
La frente en las altas nubes,
Los pies en abismos hondos.
De los pobres de la tierra
Un incomprensible aborto,
Un prodigioso compuesto
De orgullo, hombre y demonio.
Calló del Yanqui en parejas,
Con abrazo portentoso,
Para tomar un asiento,
Á pedazos en lo hondo.
Cuantos crímenes, angustias,
Pasiones, furias enconos,
Saber, ignorancia, errores,
Héroes, gigantes y monstruos.
De sangre en un mar cayeron,
Bajo montañas de escombros,
Allí se quedo esparcida,
La universal de los oros.
Alzase Alá, en simple vuelo,
Dándole fuerzas a él sólo,
Y juzgó para esas moles,
Pedestal tan grande poco.
Desde allí ordenaba el mundo,
Llevando del sur al polo,
Las tempestades armadas,
Con fuerte mano, a su antojo.
Contra un millón de soldados,
Se enfrenta Bin Laden sólo,
De vida por su mal nombre,
Un talismán prodigioso.
Con su ceño, con su barba,
Con un volver de su rostro,
Desprecia grandes imperios,
Trastornando nuestro globo.
Este portento, este numen
De bien, del mal, de uno y otro,
Tornó hacía el viejo Occidente,
Sus desoladores ojos.
Y entró a la tierra del Yanqui,
La asalariada del oro,
Quemando en torres su incienso,
Por su mierda haciendo votos.
Y de sucia bajo el nombre,
Tan adoradora en todo,
Que sangre, riqueza y fama,
Juzgaba holocausto corto.
Prevaleciendo miserias,
En el pecho del coloso,
La parte aquella de infierno,
Y la maldad del demonio.
¡El Yanqui no quiere amigos,
Porque esclavos quiere sólo!
¡Como todo el Gran Islam,
Ante mí de hinojos todos!
Besen mi soberbia enseña,
Hundan la frente en el polvo,
Y el Corán con sus adeptos,
De escabel sirva a mí trono.
Enmascaro sus soldados,
De humana tierra y de lodo,
Vistió de verde sus armas,
Llamó tierno amor al odio.
Y cuando en abrazo inicuo,
Ahogó, traidor y alevoso,
A los incautos del norte,
Que en él buscaron apoyo.
Y del gran Afganistán,
En un destruido emporio,
En exterminio el halago,
Lo verde torno en abrojos.
Entre bombas y alimentos,
Bendiciones y tesoros,
Pagaba con hierro y muerte,
Estupros, incendios, robos.
Derramaron sus aviones,
Asegurando el despojo,
A encadenar esa tierra,
Juzgando vencido todo.
Y por eso a Talibanes,
Humillan con fiero gozo,
La alta cerviz, registrando,
Tora Bora con sus ojos.
De ardientes bombas preñada,
Anuncia con vuelos sordos,
Que a asolar viene la tierra,
Y a la Meca de los moros.


Autor:
Críspulo Cortés Cortés.
El Hombre de la Rosa

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